Qué nos enseñan Argentina y Tesla sobre los aranceles

La historia de un país que se aisló y una empresa que se adaptó: claves para entender quién gana y quién pierde en tiempos de proteccionismo

 En un mundo crecientemente interconectado, los aranceles afectan negativamente al crecimiento económico global. Elevan los costes de intercambio entre países, encarecen los productos y reducen el dinamismo del comercio internacional. Sin embargo, más allá de su impacto directo, hay una variable que preocupa aún más a los inversores: la incertidumbre que generan las decisiones impredecibles de los gobiernos.

Durante la administración Trump, esta incertidumbre está alcanzando niveles preocupantes. Estados Unidos aplica y retira aranceles de forma intermitente en función de las negociaciones bilaterales, dificultando enormemente la planificación a largo plazo de las empresas. Cuando, además, estas decisiones se comunican de forma improvisada y sin hoja de ruta clara —incluso a golpe de tuit— el desconcierto se multiplica, elevando el riesgo sistémico y paralizando muchas decisiones de inversión.

Un ejemplo relevante está siendo la guerra comercial entre Estados Unidos y China. A día de hoy, el comercio bilateral de bienes entre ambas potencias está seriamente dañado y lo más preocupante es que persiste una gran incertidumbre sobre cuándo y cómo se reconducirá esta situación. Es probable que ambos países sigan tensando la cuerda antes de alcanzar un acuerdo, prolongando el daño sobre la inversión y el crecimiento.

Ahora bien, conviene subrayar un efecto menos discutido pero crucial: a largo plazo, los aranceles suelen perjudicar sobre todo al país que los implementa. La historia reciente ofrece ejemplos contundentes. En Argentina, bajo el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner en 2012, se elevaron de manera generalizada los aranceles sobre bienes importados con el objetivo de proteger la industria local. En el corto plazo, la medida alivió a algunos sectores industriales. Pero a medida que pasaron los años, el aislamiento provocó una pérdida de competitividad, un empobrecimiento económico y un creciente aislamiento internacional. Lo que comenzó como una estrategia de protección acabó resultando en un encierro económico.

En sentido contrario ha actuado el Gobierno de Milei en 2024. Uno de los primeros impuestos que ha quitado sin comprometer el superávit fiscal ha sido el impuesto PAIS que cobraba aranceles a las importaciones del exterior. Lo ha hecho a pesar del rechazo de los empresarios argentinos, con el fin de bajar la inflación, abrir el mercado argentino al exterior y aumentar la competencia. El resultado ha sido mayor inversión extranjera, mayor crecimiento económico y reducción de la tasa de pobreza.

Sería un error que Trump siguiera el camino de Kirchner. De hecho, una de las principales razones por las que Estados Unidos ha mantenido su liderazgo económico mundial es su histórica apertura comercial, muy superior a la de otras grandes economías o bloques. El acceso libre a bienes, servicios, talento e innovación global ha sido uno de los pilares fundamentales de su dinamismo. Renunciar a esta ventaja competitiva sería minar su propio crecimiento estructural.

Desde una perspectiva macroeconómica, no hay duda: los aranceles y la incertidumbre asociada presionan a la baja sobre el crecimiento global. Pero, cuando descendemos al nivel empresarial, el impacto es muy diferente.

En los mercados financieros no cotizan ni los aranceles ni el PIB global; cotizan los modelos de negocio. Lo que determina el valor de una empresa son sus ventajas competitivas, su capacidad de adaptación, su ejecución operativa y su potencial para generar valor de forma sostenible en el tiempo.

En este sentido, los aranceles son simplemente una restricción más, como lo pueden ser el precio de la energía o la regulación medioambiental. Lo importante no es tanto su existencia como la manera en que cada compañía los gestiona. En entornos de alta incertidumbre, las empresas toman decisiones tácticas para proteger su actividad. Una vez que el escenario se estabiliza, aunque sea adverso, es cuando empiezan a tomar decisiones estratégicas de mayor calado, como rediseñar su cadena de suministro o reubicar su producción para minimizar el impacto de los aranceles.

Un ejemplo paradigmático de esta capacidad de adaptación es Tesla. En 2018, Tesla fabricaba exclusivamente en Estados Unidos, lo que implicaba aranceles elevados para exportar a otros mercados. Si la guerra comercial hubiese estallado en ese momento, la compañía habría sido duramente penalizada por el mercado. Sin embargo, Tesla construyó fábricas en China y Europa, con cadenas de suministro locales. Por ello, hoy, Tesla está mejor posicionada que la mayoría de sus competidores para operar en un escenario de guerra arancelaria.

Su ventaja no reside en la eliminación de riesgos externos, sino en su agilidad para transformar su estructura operativa en tiempo récord. Tesla es, por tanto, un ejemplo perfecto de que no podemos proyectar las ventajas o desventajas actuales de una empresa como si fueran permanentes. En 2018, era altamente vulnerable. En 2025, está entre las mejor preparadas.

Este principio se aplica a todos los sectores. Los aranceles introducen una complejidad adicional, pero no son ni de lejos el reto más determinante a largo plazo. En el sector automovilístico, desafíos como la automatización eficiente de la cadena de producción o el desarrollo de software de conducción autónoma son mucho más críticos para la supervivencia y el liderazgo de las compañías.

El valor bursátil de una empresa se sostiene en su capacidad para resolver estos problemas estructurales mejor que su competencia, no en su habilidad momentánea para sortear una barrera comercial.

Por eso, los emprendedores no fundan compañías pensando en si los aranceles serán más altos o más bajos. Lo hacen porque creen que pueden resolver necesidades de sus clientes de forma distinta y mejor. Esa capacidad diferencial, mantenida en el tiempo, es la verdadera base del valor de las empresas.

Para los inversores, esta perspectiva es esencial. No debemos caer en la tentación de hacer una fotografía estática de los ganadores y perdedores de hoy frente a los aranceles y asumir que ese equilibrio se mantendrá. La historia demuestra que las empresas más flexibles, las que toman decisiones estratégicas con agilidad y las que cuentan con directivos bien alineados con los intereses de los accionistas, son las que terminan emergiendo como ganadoras.

En definitiva, cabe preguntarse: ¿quién está mejor preparado para adaptarse a un entorno incierto? ¿Una compañía como Tesla, liderada por un CEO con visión y capacidad de ejecutar cambios estructurales a gran velocidad? ¿O los fabricantes tradicionales, atrapados en estructuras rígidas y procesos de decisión lentos?

En conclusión, los aranceles son un factor relevante, pero no determinante en la valoración de una compañía. Como inversores, nuestra tarea no es anticipar políticas comerciales, sino identificar a las empresas mejor preparadas para adaptarse y prosperar en un mundo cambiante. Porque, al final, no gana quien tiene el mejor punto de partida, sino quien mejor sabe moverse cuando el terreno cambia.

Puedes leer el artículo en el blog El faro del inversor, en Cinco días.

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