Indexados: ¿orgulloso de pertenecer al rebaño?

En la época universitaria se criticaba a los inversores por actuar como si fueran un rebaño. Coincidiendo con el auge y el estallido de la burbuja de las puntocom, los profesores se las veían y deseaban para explicarnos los motivos de la volatilidad bursátil. En aquella época, la «nueva economía» iba a destronar a la «vieja economía».

Paralelamente, John Bogle publicó el libro «Common sense on mutual funds», donde destacó la importancia de invertir a largo plazo, teniendo poca rotación de activos —reduciendo por tanto los costes de transacción—, elegir fondos con bajos costes y minimizar en lo posible el pago de impuestos.

Una propuesta con sentido por parte del llamado padre de la indexación y cuya estrategia comenzó a crecer hasta alcanzar un volumen similar al de la gestión activa. No obstante, no estaba carente de riesgos como el mismo Bogle advertía: cuando el capital indexado alcanza un nivel significativo afecta inevitablemente a la formación de precios. Es decir, a mayor volumen de inversiones indexadas, peores resultados se generan.

¿Por qué entonces el principal argumento comercial de esta filosofía es precisamente que cada hay más inversores que eligen esta alternativa de inversión? Porque funciona. La mayoría de los inversores no son conscientes de que el volumen es la principal debilidad de la indexación.

De una manera o de otra, nos encontramos actuando exactamente como un rebaño, avisando con antelación suficiente de las empresas que compraremos o venderemos para que todo aquel que quiera beneficiarse haciendo «front running», y para beneficio de los bancos de inversión y quienes deciden qué valores entran o salen de los índices.

El rebaño comprará acciones cuando hayan subido lo suficiente como para formar parte del índice, y venderán cuando haya bajado lo suficiente para dejar de formar parte del mismo. Invertirán a precios manipulables y acepatarán cualquier praxis por parte de los directivos.

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